Marzo 16, 2022
De los 11,7 millones de votos que se depositaron en las coaliciones, apenas el 18 por ciento fue para la coalición Centro Esperanza, la menos votada de la jornada del 13 de marzo.
Su ganador, Sergio Fajardo, un político que se ha lanzado tres veces a la presidencia y fue alcalde de Medellín y Gobernador de Antioquia, sacó menos votos que Francia Márquez, la segunda del Pacto Histórico, una mujer negra que se probaba por primera vez en las urnas.
Para entender por qué el centro no logró esperanzar al electorado La Silla Vacía habló con personas dentro de las campañas, analistas independientes, y candidatos:
Las división y la desconfianza entre candidatos
Una de las razones principales es que la coalición nunca pudo superar sus divisiones internas para poner las propuestas que le hacían al país por delante. Según personas en todas las campañas con las que La Silla Vacía habló a lo largo de los últimos meses, el clima interno era tenso y amargo. “Solo nubarrones, con granizo y rayos, nunca salió el sol”, dice un asesor.
Las propuestas programáticas del centro parecieron ceder lugar al ruido que generaban sus peleas, algunas de las cuales ocurrieron justo en los escenarios en los que pudieron aprovechar para aparecer unidos y confrontando a sus contrincantes. Como cuando Ingrid Betancourt y Alejandro Gaviria terminaron peleando en un debate televisado por el tema de las alianzas con políticos cuestionados.
Mirando hacia atrás, Sandra Borda, académica y candidata por la lista del Nuevo Liberalismo (que no sacó curules en Senado), dice que no los favoreció que en estas elecciones se diera una especie de primarias con las coaliciones:
“Para la gente era difícil entender que entre los candidatos estuvieran discutiendo, algo que yo no creo que fuera necesariamente malo, porque las cosas que se pusieron sobre la mesa, como el tema de apoyos de partidos, eran importantes. Pero en contraste con las coaliciones de izquierda y de derecha, empeñadas en silenciar las discusiones internas, sí pareció que la única coalición que lucía disfuncional era la del centro”, dice.
Además, las heridas que se fueron abriendo, nunca se pudieron sanar. Según María Isablel Nieto, asesora de Alejandro Gaviria, luego del episodio de la salida de Ingrid, “nunca se sentaron a hablar. Nunca se pudo dar una conversación de adultos para tomar el toro por los cuernos”.
Ningún candidato emocionó
Sergio Fajardo ganó en el centro con poco más de 723 mil votos sin hacer nada distinto a lo que viene proponiendo hace 4 años. Fajardo navegó con su reconocimiento y ganó porque el centro no encontró una mejor opción. “La victoria de Fajardo fue por defecto, porque nadie más convenció mucho”, dice Yann Basset, profesor del programa de Ciencia Política y Gobierno de la Universidad del Rosario.
La mayor decepción fue Alejandro Gaviria, el ex rector de Los Andes, que se lanzó con gran expectativa luego de ruegos de varios sectores. Pero su candidatura nunca emocionó, y su mensaje de un centro pragmático, abierto a alianzas con políticos, no se tradujo ni en votos de esos políticos que sí llegaron, ni en un fenómeno de opinión.
Según la Borda: “el todo vale le funciona a Petro, pero no al centro. Gaviria se quedó sin el pan y sin el queso: sin los votos de esas adhesiones, y sin los votos de opinión del centro”. “Nos quedamos con el pecado y sin el género”, admite una persona de la campaña de Gaviria que pide no ser nombrada para hablar con franqueza.
Pero tampoco tomó vuelo Juan Manuel Galán. Luego de un buen crecimiento inicial, el líder del Nuevo Liberalismo se estancó y cayó en las encuestas. Nunca pudo cohesionarse como una opción distinta a Fajardo.
Betancourt, que se lanzó de manera tardía, impulsada por la falta de entusiasmo que generaban los otros candidatos de centro se convirtió en un “bombazo de Troya, ni siquiera un caballo”, como lo puso un asesor que pidió no ser nombrado para poder ser crítico del trabajo de sus colegas.
Al final, Carlos Amaya, el exgobernador de 37, resultó siendo la revelación. Una que con menos de medio millón de votos, buena parte de ellos de sus estructura política de Boyacá, terminó brillando más que dos reputados académicos como Fajardo y Gaviria, y dos exsenadores de más de tres periodos, como Robledo y Galán.
Su discurso anticorrupción ya no es original
Cuando, hace 10 años, Antanas Mockus se volvió el fenómeno electoral de las elecciones del 2010 con la promesa de hacer una política distinta y de llegar a la presidencia a punta de voto de opinión, la lucha contra la corrupción parecía fresca y una bandera que el centro podía representar mejor.
Pero en el entretanto la lucha contra la corrupción se ha convertido en una idea que ya no le pertenece solamente al centro, y que se volvió casi que en un lugar común de muchos discursos políticos en todo el espectro ideológico.
Así lo analiza Basset: “El centro se quedó en un discurso de hace 20 o 30 años de la lucha contra la corrupción; mientras que han aparecido versiones contra la corrupción más beligerantes y contundentes, como muestran los éxitos de Rodolfo Hernández y Jota Pe Hernández”.
“Ya no solamente se trata de decir: “no aceptamos corruptos”. Las versiones que hoy pegan de ese discurso dicen algo más que eso. Que los van a perseguir, que los van a juzgar. El centro, en cambio, se quedó equilibrando un balance difícil entre parecer razonable y al mismo tiempo sostener un discurso anticorrupción”, dice.
No lograron conectar con la expectativa de cambio
La ola de protestas desde 2019 en el país, agudizadas por el desespero de miles por la crisis económica que trajo la pandemia, ha movido a muchas personas a buscar una versión de cambio más radical con la cual el centro no ha logrado conectar, y sí, en cambio, la izquierda.
“Hay una parte del sentir político que no le tiene paciencia a las propuestas de cambio moderadas. Y a pesar de que Petro ha ajustado su discurso para hacerse más viable en otros sectores, la gente no se está fijando tanto en el discurso político, sino en lo que las personalidades simbolizan. Y ahí las figuras del centro no han logrado entrar dentro de ese imaginario de cambio profundo”, dice Borda.
Además añade que esta tendencia tiene una dimensión que va más allá de lo nacional: “Esto no es solamente algo que pasa en Colombia, es una situación global que tiene que ver con la desigualdad, con la profundización de las crisis de las instituciones democráticas y con un desencanto total con el establecimiento democrático, como se ha visto en América Latina”.
Ante este escenario los candidatos de la coalición no lograron presentar una alternativa con posiciones políticas claras y se quedaron más con el mensaje de la equidistancia, de decir que no eran un extremo.
Juan Manuel Galán, quien logró el segundo puesto en la consulta, lo ve como un contexto de campaña que favorecía a las posiciones que más polarizaban: “El Gobierno le metió todo el apoyo a Fico, mientras que Petro tenía mucha plata para su campaña. En esa polarización, posicionarse con un mensaje de centro no es fácil”, dijo.
Yann Basset lo ve como un problema de posicionamiento de mensaje en un estado paradójico del electorado:
“hay un dilema que la coalición no supo gestionar y es que el estado de espíritu del electorado es que no quiere un salto al vacío, pero sí quiere cambio. Y no es fácil pegarle bien a ese dilema: porque si uno se posiciona como razonable puede parecer que no quiere tanto cambio, y si se vuelve más radical pues pierde a los que le tienen miedo a cambios más estructurales”, dice.
Les faltó estructura política, sobre todo en las regiones
Los números del desempeño de la coalición en el Caribe son un buen ejemplo. En los dos departamentos más poblados, Atlántico y Bolívar, el centro sacó 66 mil votos. Ahí mismo, tanto el Pacto como el Equipo por Colombia superaron el medio millón de votos. La diferencia abismal del Caribe, donde tener organización política es fundamental, se replicó en otras regiones del país.
“No existió una infraestructura política organizada. Un trabajo de ir a buscar los líderes históricos o encontrar gente nueva. Faltó un trabajo para reunirnos con el colectivo de mujeres afro, de juventudes, una ciudad o un pueblo,” dice un asesor interno de la campaña.
Algo que se juntó, por ejemplo, con estructuras políticas que apenas estaban comenzando, como cuenta Galán que les pasó en el Nuevo Liberalismo: “El tiempo fue muy apretado, arrancamos de ceros, con personas que no habían hecho política antes. De cara a las elecciones regionales habrá más tiempo para organizarse y esperamos que para construir una organización más grande”. dijo.
No acertaron en la mecánica de las listas y los logos
También les jugó en contra no ponerse de acuerdo en decisiones estratégicas, como apostarle a irse con listas divididas al Congreso, algo que le pesó a la lista cerrada del Nuevo Liberalismo, que no sacó curules en el Senado a pesar de las figuras mediáticas que tenía.
Guillermo Rivera, que asesora políticamente a la Coalición, dice: “Hacer esa lista cerrada claramente fue un error. Si se hubieran unido a una única lista probablemente habríamos llegado a tres senadores más”.
Una persona del Nuevo Liberalismo, que pide no ser citada para discutir fallas internas, saca una lección de la derrota de su lista: “Pensamos que un voto 100% de opinión iba a emocionar más. Debimos quedarnos más en Bogotá. La narrativa de la periferia era valiosa, pero tocaba trabajar más en Bogotá”.
A esto se le sumó que hubo confusión con el logo del Nuevo Liberalismo. Por ejemplo, muchas personas reportaban votos para un candidato y les mandaba fotos marcando su número, pero en la lista abierta del Partido liberal.
publico
lasillavacia.com